Ciudad Dormitorio: una novela del Conurbano bonaerense bañada en rock y 25 Watts

Editado en 2020, este libro de Damián Snitfiker retrata la vida en el territorio, aunque quizá es también un tratado sobre la existencia.

 

24 noviembre, 2021

 

Lectura: 22' 

 

Foto: Montevideo Portal | Javier Noceti

Por Manuel Serra
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No era fácil la elección del escenario. Porque, como en una novela, en las entrevistas también es importante el lugar donde se realiza la acción. Y en este caso en particular, debía ser un bar, que me dirán que en Montevideo hay muchos. Pero es que debía tener unas características bien claras: clásico, donde se tome de día, con historia y, sobre todo, de barrio. Es que en Ciudad Dormitorio (CrackUp, 2020) si algo sobran, son las tabernas donde los personajes van a pasar el tiempo, escuchar música o, simplemente, a ver la vida pasar. Y la cerveza, también la cerveza tiene una presencia omnipresente en sus páginas.

Por suerte – para mí –, la decisión parece haber sido acertada, ya que, tanto Damián como Ariel, le dieron el visto bueno al mítico Bar Sporting (21 de Setiembre 2345). Hasta demostraron estar muy contentos por conocerlo. Cuando hablo de Damián, me refiero a Damián Snitfiker, autor de la novela, y cuando hablo de Ariel, me refiero a Ariel Sebastián Díaz, su editor y director de la renombrada editorial independiente argentina CrackUp.

El libro, mezclado entre la cerveza y una de las mesas del histórico bar Sporting. Montevideo Portal | Javier Noceti

Si bien este libro, que tiene lugar por los recovecos del Conurbano bonaerense – la charla es una lección sobre qué significa esto –, fue publicado en diciembre de 2020, ambos estaban en Uruguay para la presentación del libro en el festejo múltiple de quince años de la editorial y Pocitos Libros, la famosa “librería amiga” del barrio epónimo, que es uno de los principales motores culturales de la escena literaria montevideana. Este tuvo lugar el 19 de noviembre. En conjunto, significaban tres décadas de vida, vaya si valía la pena festejar. Y se lo hizo, como mandaba la ocasión.

Luego de destapada la primera cerveza, comenzó la charla preambular, que, quizá, duró tanto como la entrevista toda. Y si le sumamos la posterior, seguro que sí. Pero fue muy importante, además de por la confraternización entre países hermanos, por el hecho de poner más en claro todo lo relacionado con el libro, su lugar y su territorio. He de confesar que la novela la debí leer apresurado, en mitad de un viaje, ni siquiera estaba en Uruguay, sino en Sao Paulo – y seguramente, también, el lugar dónde estaba definió mi interpretación de la historia. Por tanto, la puesta a punto fue muy buena para poner las cosas en su sitio.

Ciudad Dormitorio tiene lugar en 2014 en el Conurbano bonaerense, sobre todo en Berazategui – donde, precisamente, vive el escritor – y Quilmes. También hay un momento de escabullida a Buenos Aires, pero es eso: un momento. A Capital se la ve, pero de lejos. Para alguien fanático de Bruce Springsteen, esta zona, en la periferia de la gran ciudad, Buenos Aires, se aparece quizá similar a la relación de los habitantes de New Jersey con New York. ¿Por qué ir a una referencia tan lejana para explicar algo tan cercano? No intentaremos explicarlo, pero es algo que quizá se pueda desprender de la conversación que mantuvimos.

Como un Sócrates y un Platón arriba de un Dodge 1500, Rulo y Cristián son los personajes principales de esta novela, que no deja de hacer un énfasis hasta militante en la aparición de personajes secundarios extremadamente fuertes e importantes. De hecho, el propio autor habla de 25 Watts como una referencia ineludible a la hora de escribir el libro, en el que las diferentes historias se entrelazan en un lienzo de cotidianeidad y casi costumbrismo. Y, para nosotros, uruguayos, esta influencia quizá sea una demostración de que, aunque nos pueda parecer lejos, el Conurbano también está a la vuelta de la esquina.

Como dice Niti – apodo del escritor –, él escribe sobre el “territorio” y dio la casualidad que vive en esta zona bonaerense. Pero si viviera en otro lugar escribiría de él y de lo mismo: sobre las vivencias, el día a día y lo que sucede, no a los héroes de las grandes epopeyas, sino a los otros, los de a pie. Cualquiera de nosotros, ni más ni menos.

Servida la segunda cerveza – quizá la tercera –, comienza una entrevista en la que nos embarcamos en un viaje sobre un libro que surfea entre la música, la desazón, la esperanza, la ritualidad, la existencia y, sobre todo, la búsqueda de un lugar en el mundo.  

Para conseguir el libro, hay que ir a una de las librerías más fermentales de Montevideo, Pocitos Libros (Avenida Brasil 2561).

Foto: Montevideo Portal | Javier Noceti

¿Qué sería el Conurbano bonaerense? Explicado para uruguayos. Una especie de Conurbano for dummies.

El Conurbano es el territorio que rodea la ciudad capital, lo que sería Capital. Un territorio con mucha mixtura social; antiguamente, hoy ya no se sostiene tanto, estaba dividido por primer cordón, segundo cordón, tercer cordón, que, a cuanto más alejado estabas del epicentro, más rural era y también más pobre.

También es un lugar donde en la parte céntrica de la ciudad es muy parecida a la Capital Federal, lo que sería Buenos Aires, pero hacés un par de cuadras y tenés los barrios más emergentes, las villas, las calles de tierra, las zanjas a cielo abierto o avenidas con luces LED. Y un poco la construcción social del Conurbano es esta: clase trabajadora, donde los gustos o las particularidades son muy diferentes a esa Buenos Aires – a la idea, porque también es una idea – hiper culta, de todas las librerías, el cine y el teatro.

Es más, mi familia y mis vecinos venimos de eso. Muchos somos la primera generación de universitarios en la familia, que empiezan a leer y a replantearse su lugar en el mundo, que claramente es el Conurbano.

Por lo que se lee en la novela, hay cierto grado de identidad. Como que uno se siente del Conurbano. ¿Es así?

Es como el país o el equipo de fútbol, con todos sus avatares, cuando le va bien… y cuando le va mal, que uno reniega. Reniega porque todo parece costarle el doble o el triple: uno al estar a 25 km donde pasa la movida. Por ejemplo, para ser escritor, estás lejísimo, con bondis que terminan a las tres de la mañana para volver de un recital de poesía o una presentación de un libro. Entonces, tu ámbito de gente con la que te movés es diferente. Por eso, uno un poco reniega de eso, pero, al mismo tiempo, los años de vivir lo llenan de cierto orgullo y cierta localidad que también le hacen reivindicarlo.

A veces, esa reivindicación es medio vacía, o termina siendo una pose, que hay mucho de eso también. Pero es algo que uno no puede evitar tener y sostener.

No puedo evitar hacer la asociación con el sociólogo argentino, Ernesto Laclau, que habla de la identidad como una construcción de un “ellos” y un “nosotros”. En cierto sentido, en alguna parte del libro, algunos de los personajes censuran a quienes son del Conurbano, pero reniegan de sus orígenes. ¿Se ve con recelo quién se va a capital?

En realidad, hablo un poco por Argentina, que es lo que tengo más a mano, siempre está esa carta de lo que triunfa está mal. O sea, la banda estaba buena cuando tocaba en Cemento, pero después pasó a Obras… (ríen). Y está mal, porque “se hicieron caretas”, “se vendieron”. Siempre está esa cosa de que lo localista, y lo que es más íntimo, está bien, y a veces, no necesariamente algo que se hace masivo pierde su identidad. Pero para el que siguió desde un principio, quizá se siente traicionado. Ya no se conoce con los veinte o treinta que iban a ver a la banda, por poner el caso de la música. Con los libros sucede lo mismo.

Cuando yo estudiaba, en Antropología se mencionaba el etnocentrismo. Y el etnocentrismo, esta reivindicación de lo propio, cuando viene de quién tiene el poder es algo complicado. Puede llevar a cosas como el nazismo. Pero cuando lo hacen las tribus o quien no detenta el poder es muy bueno porque afirma su personalidad y la de su entorno; ayuda a construir una identidad.

 “Donde hay un poder, hay una resistencia”, como decía Foucault.

Exactamente. Entonces, en esta instancia sería como un etnocentrismo del Conurbano de marcar la diferencia, con lo que es el Riachuelo o la General Paz.

Como fan acérrimo de Bruce Springsteen, no pude evitar la ciudad donde suceden las historias con Nueva Jersey. Perfectamente, podrían ser Freehold, la ciudad natal del Jefe. Incluso, parece que comparten ese sentimiento, que podría hasta a vincularse con el punk, de “No Future”.

Hay un sentimiento de duda constante, que es hacia donde vamos, pero sí con una convicción desde dónde venimos. Los dos protagonistas, que me gusta verlos como Sócrates y Platón sentados en un Dodge tomando cerveza y pensando su vida, los imagino como seres iluminados. Más allá de todas sus dudas, aciertos y errores. Con todo lo que les toca: ser del Conurbano, estar por los treinta y pico, solteros, sin una relación estable, que no saben lo que va a pasar mañana. Yo diría que hay una sensación más de “No Presente” que de “No Futuro”. Me parece que va por ese lado.

Vos mismo sos de ahí, ¿puede que, en cierta forma, el personaje de Cristian, el Platón que va a dejar por escrito las enseñanzas socráticas del Conurbano, tenga algo de vos? Que, de hecho, escribiste un libro sobre ello.

Los personajes arrancan con un poco de uno, y después es difícil marcar la línea donde empiezan a tener su independencia. A ser, digamos, personajes con vida propia. Todas arrancan, en algún momento, con algo de mí. Yo hice radio toda mi vida en programas que yo juraba nadie escuchaba, como el personaje del Gordo en el libro.

Hay también algunas anécdotas, o varias, mejor dicho, personales que se transfirieron a la novela. Y por ahí, un capítulo es una anécdota personal en el que empiezo siendo un personaje, pero luego paso a otro. Todos tienen un poco de mí, pero después toman su camino y eso se convierte en otra cosa. O en personajes totalmente nuevo.

Pero, en cierto punto, por lo menos me sucedió a mí, al leer la novela cuando llegás a la parte justamente de Platón y Sócrates, me da un poco a “La Rosa Púrpura del Cairo” (1985, Woody Allen). Como que la propia obra termina entrando al mundo real porque vos terminás escribiendo el libro.

Sí, sí, entiendo. De hecho, está todo el tiempo la idea latente de si el libro es la creación de uno de los personajes o es la ruptura de esa Cuarta Pared, la imagen de esa mano dibujándose el codo. Con la duda de dónde empieza y dónde termina. La verdad es que eso queda abierto a la interpretación de cada uno.

El otro día estábamos en la librería de Leo (Silveira), Pocitos Libros, y veíamos la tapa del disco de Los Mockers (reeditado en 2021, por Little Butterfly Records) en la cual ellos aparecen y uno de ellos tiene la tapa del disco que, a la vez, tiene la propia tapa del disco. Entonces es, ¿si cuando hicieron la tapa del vinilo no existía, como ese tipo la tiene en sus brazos? Es un poco hasta borgeano, si querés pensarlo, ¿qué es lo que primero existió? Y creo que Ciudad Dormitorio tiene algo de eso: de saber si lo hicieron sus personajes, o algo que lo precedió.

Nada, qué sé yo, para mí existe en realidades diferentes. Y linkeándolo un poco con el cine, que es algo que me encanta, fue un poco como la Terminator 2 (1991), que crean el T-1000 a partir de los restos que quedaron de la 1. Y si hubiera existido ese Terminator cómo creaban el que fue a la 1 a matar a Sarah Connor. Es un poco como estas realidades paralelas que se van complementando.

Foto: Montevideo Portal | Javier Noceti

Por lo que uno lee, en ese momento, la juventud era un mundo de tribus urbanas: punk, cumbieros, rockeros más modernos. ¿Es así el Conurbano o lo era?

Sí. Y totalmente no, si se lo mira como tribus urbanas como las de The Warriors (1979), con clanes que se juntan en esquinas. Pero sí tenés los heavys por un lado, los punks, los de un rock más pop, digamos con lo nuevo, anclémoslo con Babasónicos, y la gente que escucha cumbia en los boliches. Y después hay toda una cultura en el medio que tenés heavys que escuchan cumbia santafesina, y es hermoso. Pero sí los tenés identificados, y los ves más en lo que es las salidas a la noche: por el lugar donde paran, la música que consumen, cómo se juntan.

Muchas veces, a lo largo de la novela, usás la idea de estar en una película. ¿Es solo un recurso literario o vos también te sentís así en tu vida?

Era una idea que tenía de pibe. Tenía un juego – estamos hablando de una cosa, que ya es casi una enfermedad mental – de ir a la cocina a ver si todo seguía en el mismo lugar que cuando me había ido. Algo pre Truman Show (1998). Pero estoy hablando con seis o siete años; había algo como la sensación de vivir en una película. Por eso, de grande me identifiqué tanto con Erdosain, de Los Siete Locos, de Roberto Arlt… cuando él va caminando por la calle, siente que lo están observando y hay una mujer con mucha plata que se va a enamorar de él y con su plata va a pagar las deudas que tiene. O sea, más que una película, sentirse observado y actuar en consecuencia cómo haría el héroe. Tenía mucho de eso de chico: no caer en situaciones viles, porque un héroe no se manejaría de esa manera.

Es casi una cuestión de honor entonces…

Exactamente, manejarse como lo haría un héroe. Eso lo tenía de pibe: la noche me transformó en una especie de Caballero Oscuro (se ríe)… Pero antes tenía muy presente eso de actuar como lo haría el protagonista de una película. Se ve que quedó dando vueltas en el inconsciente y se ve reflejado en mi escritura.

En este caso, ¿por qué pensás que esta es una película que vale la pena ser narrada?

Me parece que, principalmente, debe ser contada porque es algo que sucede. No tiene por qué necesariamente tener una espectacularidad… no sé, alguien que atravesó una guerra, una familia que tuvo un accidente, herederos o viajes. El 95% de la humanidad pasamos situaciones muy lejanas a eso y la mayor cantidad del tiempo. Incluso, uno puede tener historias que se asemejen a esa ficción que estamos acostumbrados a ver, pero la otra inmensidad de nuestra vida es esto: ir a trabajar ocho horas, volver a tu casa, vivir la cotidianeidad, ir a comer asados con amigos o a tomar cerveza. O simplemente perder el tiempo hablando de cosas del pasado. Entonces, va por ahí la vida. Me parece que era interesante contarla cómo la percibo.

En cierto punto, si rascás un poco, todas las vidas son narrables y tienen algo interesante para contar.

Exacto. En estos tiempos he intentado cultivar algo muy importante, que es el don de escuchar. La capacidad de sentarse con alguien y no forzar que te interese lo que te cuenta, sino sentirse a gusto naturalmente. Y después escucho a gente hablándome de TC2000, cómo son los autos y quiénes eran los héroes de los noventa. También lo que es esa cultura, que es irse con el asado a la curva tal de tal circuito porque mientras estás con la parrilla ves los rebajes que hacen. Y yo me re cebo, ¿sabés? Y entonces pregunto: “¿Cuándo vamos? ¿Cuándo me llevás a eso?”. Y así de eso, a gente que me cuenta su vida en una fábrica, músicos que viven solos y te cuentan sobre las bandas que tuvieron… creo que está lleno de historias, no te digo el mundo, sino el entorno cercano e inmediato. Y mucha gente por no prestar un rato del oído se lo pierden.

De alguna manera, ¿tu libro es una suerte de estudio antropológico sobre el Conurbano?

Es una linda manera de verlo; una visión interesante. Me gustaría, si uno va al plano del deseo, que esto se lea como una especie de trabajo de prender una cámara en un momento determinado, filmar un tiempo y apagarla. Que sea como un documento. Hay veces que uno se encuentra con archivos audiovisuales de época… bueno, me gustaría que esto funcione, si bien es ficción, dentro de treinta o cuarenta años como una referencia de lo que era el Conurbano Sur en el 2014.

¿De dónde te salió la necesidad de escribir estas historias?

A ver, yo empiezo a escribir… cuando era joven, era muy de Bukowski, más fatalista, yo defendía que escribir era mi alternativa al psicólogo. O sea, mi manera de entender la realidad era plasmarla en un papel y después leerla. Era casi un ejercicio personal. Al enunciar las cosas las entendía, y quizá tomaba cierta distancia de lo que estaba leyendo que era lo que me estaba pasando en este momento. Y empieza una instancia de escribir sin un interés de publicar. De hecho, yo empiezo a escribir a los 18 años y el primer libro lo publico a los 26. Entonces, naturalmente comienzo a compartir con los más cercanos y arranca la idea de publicar. Si vamos particularmente a las novelas, me parece que son historias que buscan retratar un momento y que quede.

 

¿También fue una forma de reamigarte con el Conurbano? ¿O con tu origen?

Yo nunca renegué de mi origen. Siempre me identifiqué muchísimo con el Conurbano. Lo que ocurre allá – no lo digo yo, te lo dice el público – hay como una romantización de lo que es. O cierta construcción de la literatura o en otras artes, que pasan más por el estereotipo que otra cosa. Se genera, entonces, un hype del Conurbano, digámosle, que siempre cae en el lugar común de policial negro, del tranza, del policía corrupto…

Entonces, me parecía interesante rescatar el otro Conurbano, el más tradicional y del día a día. Si bien habla del Conurbano, porque yo vivo ahí, si yo viviera en Rosario, escribiría también sobre el territorio como lo hago hoy. O en Córdoba. O en Montevideo. O en Sao Paulo. Es escribir sobre la cotidianeidad.

Nosotros estamos acostumbrados a leer sobre Cortázar caminando por París. O Céline caminando por París. O Hemingway también por París (se ríe). Caigamos en París como lugar común. Y es normal para nosotros imaginarnos París cuando leemos, aunque no la lleguemos a conocer. Y si nosotros hacemos el ejercicio mental de situarme en ese lugar que otro se imagine cómo es Berazategui o cómo es Quilmes. Me parece que era como reivindicar esa geografía.

El otro hilo conductor ineludible de la novela es la música, tanto el rock como la cumbia. ¿De dónde viene eso?

Yo creo que la música viene desde el lugar dónde yo escribo la novela esta, particularmente… que la escribí yendo al trabajo en el auto. O sea, no escribiendo mientras manejaba, obviamente, pero sí la iba pensando en el auto… 

¿Era un Dodge?

No, no, no (se ríe). Un Dodge tenía mi viejo cuando yo era chico. Medio venido a menos, turquesa en algunas partes, pintado con antióxido…

Como decía, yo iba al laburo y estaba muy entusiasmado con las historias que iban pasando con la novela. Entonces, salía de mi casa e iba pensando. Es un método que me funciona y, de hecho, sigo usando mucho hoy. Llegaba al trabajo y era como poner pausa, pasaban las ocho horas, y cuando salía decía “¿En dónde me quedé? En tal lado”.

Lo que terminaba pasando, que es algo que me mencionan mucho, es que es una novela muy visual. Como que se hace fácil imaginar lo que está pasando. Porque básicamente yo la vi la historia antes de sentarme a escribirla. Al verla, como una película, también me imaginaba esta cosa de banda sonora. Como ahora, recién estábamos acá y estaba sonando "She’s so cold" de los Stones. Y yo me voy a acordar esto con ese tema de fondo. Hay gente que se va a acordar más si hacía sol, si hacía frío, cuánta gente había en el bar… yo, en ese sentido, soy más de lo musical.

Entonces, parte de una situación personal, de cómo yo percibo el mundo. Y al pensar estas historias como si fueran películas, yo iba escuchando música en el auto y me lo imaginaba así. Mi vida también es así: uno es un melómano, un enfermo, y cada dos palabras aparece una referencia musical. Nos juntamos a hacer un asado y tiene que estar la música sonando. Y así en todo.

Siguiendo por la música, pero no directamente, leyendo la novela me remitió mucho al tango. No por el sonido, sino por cómo está escrita, con todo el lunfardo. ¿Ese es el idioma del Conurbano?

Sí, es un lenguaje de época. Y también es un idioma del Conurbano, y también de Capital Federal, que tiene que ver con el momento. En eso sí fue Arlt con los Aguafuertes porteñas… cuando arranqué a escribir buscaba una construcción, diría Borges, más barroca. Borges, en vez de decir que algo era acartonado, decía que era una construcción barroca (se ríe). Y entonces, yo empecé a pensar “yo no hablo así”. Y, por suerte, agarré a Arlt al principio, cuando arrancaba en la literatura, y tiene un Aguafuerte, en el que va a un Congreso de la Lengua en Chile y empieza a despotricar contra la “gente que escribe ‘me llevé a la boca un sandwich’ y cuando hablan entre ellos dicen ‘me comí un sanguche’”. Entonces, eso fue algo que marcó muchísimo eso. Es una tradición que me parece que viene por ese lado. Antes de Arlt estaba mal visto alguien que escribiera como se hablaba en la calle.

Ya para ir terminando, ¿cómo surgió toda la idea de usar la figura de Nito Mestre?

(Risas al unísono) A ver, debo aclarar que siempre fue una figura que me gustó lo que hizo. Yo calculo que algún día al pedo o mamado me habré planteado quién se va a detener a ver la figura de Nito Mestre. Bueno, yo lo hice en algún momento. Y me pareció divertido para la novela, si bien es de un desparpajo total cómo lo tratan. Creo que, al final, es hasta reivindicativo cuando se le da la voz a Nito Mestre. Porque, además, sí hice un trabajo de buscar qué hizo durante los noventa y lo que se menciona, cuando habla él, son todas cosas que hizo. Tocó con tipos grossos, sacó discos interesantes. Y yo creo que, si algún día lee la novela y no prende fuego el libro al quinto capítulo, se va a sentir agradecido de la suerte de minibiografía que tiene al final. Pero nada, apareció como podría haber sido Pipo Cipolatti.

¿Cómo pensás que vamos a recibir en Montevideo esta novela, ya que, aunque estamos tan cerca, puede parecer que estamos lejos?

Foto: Montevideo Portal | Javier Noceti

Yo no lo veo tan lejano. De hecho, no es una novela coral, ya que está contada por un mismo narrador que te cuenta los diferentes personajes, pero sí son diferentes historias. Y un poco la construcción de eso viene de la influencia de una película que cuando la vi me flasheó la cabeza, que es 25 Watts. Que, incluso, me acuerdo que, cuando la descubrí, hice una joda en una casa para llevar a treinta personas a verla en Quilmes. Y gente al día de hoy se sigue acordando de la película.

La novela toma mucho de 25 Watts en cuanto a la construcción de estas historias que, por momentos, están juntas y, por otros momentos, están por separado. Y los personajes secundarios fuertes apareciendo todo el tiempo. No sé, en 25 Watts el pibe que hace jueguito y quiere batir el récord, que, por ahí, lo ves en un momento, y veinte minutos después, lo ves pasando por atrás de la escena también haciendo jueguito. O el personaje del videoclub diciendo “el porno es vida”. O el granadero que tiene la voz que le habla en la cabeza.

Son situaciones cotidianas, porque, en ese sentido, es igual al libro: es una película que arranca y que termina, como una cámara que se prendió y se apagó. No tiene demasiadas cosas. Él no termina levantándose a la profesora de italiano nunca. No hay ni siquiera esa cruzada del héroe de que lo logra. No pasa nada, ni las cosas que se plantean al principio se resuelven al final. En ese sentido, 25 Watts fue una grandísima influencia. Incluso, más que literatura del Conurbano de allá o un montón de situaciones que pasan ahí, pero que no me influenciaron tanto como una película uruguaya. Si yo te digo que leas este libro y que mires 25 Watts, vas a decir que es lo mismo, pero de los dos lados del charco.

Los dos, escritor y editor. Disfrutando las calles de Montevideo.

 

 

ARIEL SEBASTIÁN DÍAZ
Director editorial

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