13 AGO 2011 CRACK-CRACK-CRACK-UP
La propuesta parecía un juego literario en el que se ponía en juego un mecanismo como el de las muñecas rusas: la librería Crack-Up presentaba, a través de su sello Crack-Up, el libro El Crack-Up de Scott Fitzgerald. Cita ineludible al chiste por triplicado que estuvo en boca de los encargados de la presentación del libro: Marcelo Cohen, su traductor; Alan Pauls, su prologuista, y Rep, el ilustrador de la tapa. Ante una concurrencia que colmó el espacio de la librería, se presentó una edición que se destaca por una serie de aciertos que el lector local agradecerá y cuya primera traducción (para ir metiéndonos en el fondo del asunto) es un precioso objeto libro, tan cuidado en su confección material como en su intensidad intelectual.
La noche despuntó con Cohen haciendo una introducción alrededor del acierto en la elección de traducir este texto de Fitzgerald, originalmente publicado después de la muerte del escritor norteamericano. Luego de un paseo por su lectura sobre la constitución de los catálogos de las pequeñas editoriales y algunas trazas históricas con otros emprendimientos similares, libreros devenidos editores, se internó en los vericuetos de la traducción en sí, en los mecanismos de la elección de las palabras, en el sentido de la traducción y de lo que se traduce, de lo intraducible, de ese resabio de lo que se pierde en la traslación a un idioma distinto a aquel en el que el texto fue escrito. Y de cómo la elección estética de los mecanismos de traducción pueden dar como resultado un libro distinto por cada traductor.
Foto: Esteban Roca
La rispidez y cierta crudeza no ahorrada por Cohen para con los presentes, tuvo un interesantísimo contraste cuando Rep se encargó de contar su acercamiento a El Crack-Up y a Fitzgerald. De cómo la tapa que más que tapa considera afiche (con las sutilezas y profundidades que ello implica), fue concebida en una aparente contradicción: el tránsito por un texto que es testimonio de la degradación de un hombre, por la mañana, en yuxtaposición con el colorido carnaval de Gualeguaychú, por las noches; ejercicios ambos que desembocan en la confirmación del rasgo en tensión de lo vivificante y lo mortuorio; esa tensión en la que se debate todo sujeto. Y, como un eslabón de una cadena simbólica que recorrió el discurso de los presentadores, hizo hincapié en el acierto de los traductores en usar el título original en inglés, con el artículo en español; centrado en la belleza que le resultó trabajar con la grafía de esas palabras y no con algún modo de traducción posible del término inventado por Fitzgerald.
Esa elección fue la que retomó Alan Pauls para ubicarla en una perspectiva que redobló la apuesta: los nombres propios son intraducibles; el título es el nombre propio de un libro; por lo tanto, el título de un libro no debería traducirse. Y a partir de allí, entendiendo allí como un lugar conceptual, armó un recorrido por la génesis del libro; por la construcción del término Crack-Up como una enfermedad intraducible; la posición dual de Fitzgerald como enfermo y médico diagnosticador de esa enfermedad, una suerte de Jekyll y Hyde de sus propios tormentos íntimos; la relación entre el escritor y su editor, Edmund Wilson, no carente de patadas simbólicas al caído; y El Crack-Up libro como producto de ese encuentro singular (que pocas veces sucede) entre un escritor y un editor.
Por: Javier Martínez
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